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Historia de un origen

Los orígenes

Para entender la historia mas remota de Garrovillas es preciso situar al viajero en el territorio del amplio lago (pantano de Alcántara) que se extiende a derecha e izquierda de la carretera que une Cáceres y Plasencia y del que emerge la torre de Floripes.

Alconétar se hizo celebre gracias a un puente -Puente Mantible construido por los romanos sobre la Vía de la Plata, venta que enlazaba Mérida con Astorga-. El puente, Alconétar -significa en árabe «el segundo puente» o «puentecillo»-, según otras versiones, se erigió junto a un primitivo poblado ibérico, que los romanos debieron bautizar con el nombre de Túrmulus. Añadamos, además, que cerca de allí y ya bajo las aguas del lago, yacen las ruinas de unos célebres dólmenes, monumentos funerarios de la Edad de Piedra, conocidos por la Era de Garrote.

Los dólmenes del Garrote


En una publicación de la Real Academia de la Historia de 1899 se contiene el siguiente relato:

«Ocurrió que mando en 1874 un vecino de Garrovillas a un criado que destruyera, para hacer un corral para guardar vacas, unas grutas o cuevas que había en aquel sitio de su propiedad, ocultos entre la multitud de altas tamujas que allí se crían; y cuando lo ejecutaba, el criado oyó venir al suelo una cosa con sonido metálico, que vio que era un cuchillo de piedra que llevó luego a su amo con la noticia de lo que había ocurrido. Participóselo éste a su amigo don Jerónimo de Sande, quien sin parar, con operarios y herramientas, fue allá y encontró que era aquello un dolmen o vivienda de la gente de la Edad de Piedra.»

A don Jerónimo de Sande, clérigo garrovillano de obligada cita, se debe no sólo en descubrimiento de estos dólmenes, sino la investigación más valiosa de lo que todavía hoy son las incógnitas de la historia de Alconétar y de Garrovillas.

A finales de la Edad de Piedra es cuando en los pizarrosos y abruptos riberos del Tajo, -imaginemoslos poblados de acebuches y retamas- empiezan a aparecer los primeros poblados prehistóricos en lo que después sería la zona de influencia de Garrovillas de Alconétar.

Allí es donde el buen clérigo garrovillano pudo identificar el poblado de Garrote, de enorme importancia para el estudio de la Prehistoria y hoy bajo las aguas del pantano. Se hallaba situado en un promontorio, junto al río Guadancil, al lado de la carretera N-630, a la altura del kilometro 179.

Con enorme paciencia, Jerónimo de Sande fue recogiendo y clasificando una amplia gama de objetos que por su importancia llegaron a figurar en la Exposición de París de 1878. Fruto de estas excavaciones, continuadas luego por expertos arqueólogos, se encontraron cuchillas, punta de lanzas y de flechas, talladas en pedernal, vasijas de barro, cuentas de collar unas interesantísimas placas de pizarra grabadas. Todos estos objetos, ilustrativos de la transición de la Edad de Piedra a la de Bronce, se encuentran hoy en depósito en el Museo Arqueológico Nacional.

En definitiva, a finales del siglo pasado se descubrieron tres dólmenes, situados respectivamente en la vega del arroyo Guadancil, en las proximidades del cerro de la Horca y en las cercanías del cerro Garrote. Todos ellos fueron estudiados y figuran destacados en los inventarios de la arqueología española. En la actualidad varios arqueólogos han continuado investigando la zona y han calificado de dólmenes a dos monumentos existentes en la cara sur del citado monte Garrote, aunque ya en proceso muy  deteriorado.

Y ya que hemos hablado del Museo Arqueológico Nacional, sepa que en él se encuentran, al margen de otros incontables objetos, dos de singular significación, aunque pertenecientes a épocas bien diferentes. El primero es la llamada «espada de Alconetar», perteneciente a la Edad del Metal, que es un ejemplar del mayor interés dentro de los de su especie. El segundo es una cruz con áurea de mármol, hallada en 1969 entre las ruinas de la basílica de Alconetar, construida probablemente a finales de siglo V.

La espada fue encontrada en 1931, en el cauce del Tajo, al hacer la excavación de una de las pilastras del nuevo puente del ferrocarril Madrid-Lisboa y enviada por la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste de España al Museo Arqueológico Nacional.

Es curioso como la arqueología de Alconetar tiene dos connotaciones con la ciudad de París: la primera es, como ya esta indicado, la presencia de los objetos hallados en los dólmenes de Garrote en la Exposición Universal de París. La segunda, el hecho de que fuera Eiffel el autor del magnifico puente de hierro, al que sustituyo el que, en su construcción, dio origen al hallazgo de la «espada de Alconétar». Hoy, ni el puente de Eiffel ni su sucesor perduran, ya que este ultimo, junto al otro que facilitaba el acceso por la carretera, yace bajo las aguas. De este modo Alconétar -«segundo puente» o «puentecillo» en árabe- es la historia de los puentes; puentes que nacen, se destruyen o se sumergen; puentes de los romanos, de los árabes, del comienzo del ferrocarril, del que inaugurara Alfonso XIII, hasta la incesante sucesión de puentes del embalse sobre el Tajo, el Almonte y el arroyo de Villoluengo.

Túrmulus, un poblado romano

Toca referirnos al período más cierto: la época romana, la dominación árabe, los Templarios, la destrucción de Alconétar y el esplendor de Garrovillas.

Alconétar, cubierta hoy por las aguas, estaba situada en la orilla derecha del antiguo curso del rió Tajo, en la desembocadura del Almonte; es decir, en la inmediaciones en la torre que sobresale de las aguas del embalse. El lugar, por su condiciones estratégicas, fue sitio ideal para el cruce del Tajo en el camino entre Mérida y Salamanca, así como entre la Lusitania y el Mediterráneo.

El imperio romano precisaba salvar el foso del río para hacer mas rápida y segura la Vía de la Plata y construye el Puente de Alconetar o Puente Mantible, como se le ha venido conociendo. Diversos testimonios históricos y especialmente en hallazgo de monedas y útiles domésticos parecen asegurar que allí junto al puente debió estar Túrmulus, célebre mansión mencionada en los itinerarios de los caudillos romanos. Efectivamente, han aparecido grandes trozos de muralla romana, de sillería granítica. Algunos investigadores han supuesto que allí estuvo el cuartel general de Bruto.

Otro vestigio de importancia es un «miliario», que eran columnas de piedra que indicaban, en las vías romanas, la distancia de mil pasos, dedicado, al parecer, a la memoria de Cesar Tiberio.

La longitud del Puente de Alconétar o Mantible (cuyos restos han sido trasladados varios kilometres aguas arriba, pero visibles desde la carretera) se calcula que fuera de 250 metros.

Servia de paso a la calzada romana que fue construida por Publio Licino Craso en el año 95 antes de Jesucristo. Se cree que en este mismo año comenzara la construcción del puente, aunque otro investigadores bajo el imperio de Trajano, ya en siglo II de nuestra era.

Aun puede observar la noble traza del puente que, como veremos, jugo un papel importante en la historia guerrera de los siglos siguientes. Estas piedras conservan como pocas las heridas de incontables batallas que provocaron destrucción.

En el siglo VIII, el legendario caudillo árabe Muza, conquisto Mérida y su zona de influencia, incluyendo Túrmulus. Es fácil prever que ya en estas primeras incursiones en puente sufriera algún daño. Sin embargo, la primera noticia que se tiene de destrucción es en el siglo XIII, cuando con motivo de la concesión del titulo de villa a Garro (la primitiva aldea anterior a la fusión con Alconétar), se menciona el incendio y saqueo de Alconétar y se ordena a sus vecinos ayudar a fabricar barcas con las que cruzar el río y que pasaron a ser propiedad de los Duques de Alba de Cisne. Se supone que el puente romano tuvo, al menos, tres destrucciones. La primera en 1085, cuando Alfonso VI tomo Coria. Una segunda con la invasión almorávide. Y la tercera con motivo de su reconquista definitiva por Alfonso IX.

En otras dos ocasiones se tiene la certeza de que se pretendiera reconstruirlo: Felipe II en 1569 mediante una trabazón de maderas. En el año 1730 se volvió a intentar sin otro resultado.

La leyenda de fierabrás

Al castro romano que defendía el puente le sucedió, en la Edad Media, un castillo torre o atalaya construida por los árabes aprovechando para su reconstrucción las piedras de las vecinas edificaciones de Túrmulus. El castillo paso por todas las vicisitudes de las luchas, batallas y guerras entre nobles, cristianos y moros.

La torre del Castillo es conocida por Torre de Floripes, por ser este el nombre de una hija de un rey moro, protagonista de la leyenda caballeresca y que es la siguiente, en escritura del historiador extremeño, Conde de Canilleros:

«Fierabrás, rey de alejandría y emulo de Carlomagno, se enamoro de su propia hermana, la princesa Floripes, la cual estaba enamorada de Guido de Borgoña; confiándolos a su alcaide Brutomontes; que Floripes se introdujo en la fortaleza, dio muerte al alcaide y puso en libertad a los presos; que Fierabrás lo cerco con sus tropas y Carlomagno vino con las suyas logrando vencer y dar muerte al infiel, con lo cual pudieron ya casarse el paladín y la princesa. Los campesinos cuentan que vaga por las ruinas del castillo las almas de Brutomontes y Fierabrás, sin faltar quien dice haber visto al amanecer del día de San Juan, flotando sobre el rió, los barriles que tiraba desde el puente el rey de Alejandría al considerarse perdido, en los que tenía guardados aquel famoso bálsamo que lo sanaba todo».

No obstante, merece la pena aorillar el coche, echar pie a tierra y contemplar el horizonte de las aguas del lago. Guiese por la torre de Floripes; recuerde la leyenda. Justo allí desembocaba el Almonte. Algo mas a la derecha discurría la Vía de la Plata; allí se alzaba el Puente Mantible. Enfrente estaría Túrmulus y la antigua Alconétar. Más a la izquierda, los puentes modernos: el de la carretera y el del Ferrocarril. Bajo las aguas, los paradores -el de la Magdalena-, la basílica visigótica, la tierra del regadío, la del algodón, tabaco o pimiento. Detrás, los dólmenes de Garrote. Hoy es el imperio de las aguas.

El ocaso de Alconétar

El castillo de Alconétar fue reconquistado a los Moros por Fernando II de León, en 1167, y tras una recaída, de modo definitivo, por Alfonso IX, en 1225. En agradecimiento a la colaboración prestada en la guerras de reconquistas, se cedió el castillo a la Orden de los Templarios, constituyendose en cabeza de encomienda.

Los monjes resistieron alli hasta la segunda mitad del siglo XIII protegiendo a los alconeteños de los repetidos ataques musulmanes. Las rivalidades entre Templarios y las otras ordenes militares, especialmente con la vecina Alcantara, con el obispado de Coria y con la villa de Cáceres, hicieron que, al fin, los primeros abandonaran Alconetar, al parecer en el inicio del reinado de Alfonso X.

El Rey se apoderó de nuevo de los territorios abandonados y que eran objeto de disputa por las Ordenes de Alcántara y de Santiago y en 4 de Julio de 1268 los cedió en señorío a su hijo en infanta Don Fernando de la Cerda.

A partir de estas fechas, la historia de Alconétar se desdibuja. Se ignoran las razones definitivas que obligaron a los alconeteños a buscar refugio en Garrovillas. Lo cierto que es que durante en reinado de Alfonso X, Garrovillas queda convertida en cabeza de las Siete Villas, heredera de Alconétar, fundiéndose en una sola: Garrovillas de Alconétar, a pesar de los pleitos que origina el dominio sobre alguno de los territorios.

Otra fecha clave es el día 16 de Enero de 1434, año en el que el rey de Castilla Don Juan II, aquel a quien se le ahogaron en una de las travesías de Alconétar «caballeros de buenos linajes», hizo donación de Garrovillas y de Alconétar a favor de Don Enrique de Guzmán, segundo Conde de Niebla. Era esta una familia aristocrática, de origen leones que participo activamente en la reconquista y que obtuvo grandes dominios territoriales tanto en Extremadura como en Andalucia.

Una hija de Don Enrique de Guzmán, Doña Maria, casó con Don Enrique Enriquez, conde de Alba de Liste e hijo de Don Alfonso Enriquez, almirante de Castilla. El aludido Don Enrique Enriquez fue el fundador del Convento garrovillano de San Antonio de Padua.

De este modo se entrelaza el dominio temporal de Garrovillas de Alconétar con los Condes de Alba de Liste, fundandores de conventos, capellanias e instituciones de toda indole y a quien los garrovillanos entregaban impuestos, diezmos y demás gravámenes.

El titulo de Alba de Liste fue creado y otorgado en 8 de Agosto de 1459 a Don Enrique Enríquez. Los Enríquez eran familia de la aristocracia castellana que tuvo origen en el Infante Don Fadrique, hijo del rey Alfonso XI, y que murió por orden de su hermano el rey Pedro I, por haber intervenido en conjuras y luchas intestinas.

Un documento histórico de importancia, correspondiente al año 1790, da idea aproximada del grado de relación o dependencia entre la Casa Alba de Liste y Garrovillas. Al dar cuenta a la Real Audiencia de Extremadura del estado de cosechas se dice:

«Las cosechas principales son de trigo, cebada y centeno, por las que se pagan diezmos. Percibe por entero el duque de Frias como conde de Alba de Liste, las siguientes cosechas: uva, zumaque, miel, cera de castra y de enjambre, queso de oveja y cabra y de todo género de ganado. En el ultimo quinquenio correspondieron de  trigo 962 fanegas, 835 de cebada y 257 de centeno, por lo que resulta incomprensible los diezmos adeudados por los vecinos que van a sembrar a otra jurisdiccion…»

Desde aquella remota fecha los Alba de Liste y Garrovillas de Alconétar tuvieron relacion hasta bien entrado el siglo XX.

Textos recogidos de la guía historico-artistica de Garrovillas de Alconetar.